jueves, 7 de diciembre de 2017

Recuerdos de diciembre: mi abuela.

Hay gente a la que recuerdas por ciertas acciones y sucesos, cosas que hicieron. Y hay personas a las que recuerdas por estímulos en tus sentidos.

Mi abuela era de piel morena, tostada por décadas de sol. Enormes trenzas negras y gruesas, el rostro cubierto de pequeñas arrugas las cuales hacían su piel muy suave. Pero sus manos eran toscas y callosas, el campo y el calor del comal las habían dejado duras.

Recuerdo observarla en su habitación a media luz, su silueta firme y grande. Imponente.
Ella olía a maíz, a pan recién horneado. Olía a leña y a humo. Y olía mucho a café y chocolate.
En noviembre olía a cempasúchil y a parafina. A copal e incienso. A veladoras. A retratos viejos y madera.

Su voz era fuerte y clara. Podías escucharla desde muy lejos. Era imposible ignorar su timbre de voz grave, como el trueno.
Era mal hablada; de cada tres palabras que decía una era una grosería, mujer franca y directa. No tenía tacto para decir las cosas, decía lo que pensaba y no se retractaba de sus palabras. Nunca lo hizo.

Mi abuela era la mujer las fuerte que nunca he conocido. No solo físicamente, porque podía levantar enormes rollos de leña, podía levantar botes llenos de maíz para hacer tortillas. Podía aventar un leño y pegarte así estuvieras a diez metros de distancia. Aguantaba el calor quemante en sus manos. Y eso era lo que más me sorprendía: incluso creo que podía manipular el fuego a voluntad, tocarlo y no sentir dolor. O al menos eso siempre pensé.

Recuerdo a mi abuela contando historias. Sabía miles y todas tenían que ver con el más allá, con los espíritus, con los ángeles o con el Diablo. Tenía ese don de un maestro de ceremonias o un orador, un cuentacuentos.
Las tardes a media luz, la luz roja del ocaso era el marco perfecto para las reuniones casi religiosas alrededor de las brasas y café. Calor de madera y fuego lento mientras la noche caía.

De hecho lo que hago es siempre pensando en cómo hacía ella las cosas. Siempre quise ser como ella, contar historias y tener un público maravillado.

Ella vio algo en mí. Y me enseñó algunos ritos de curandería. A usar el albahaca, las ramas de ruda y pirul. Alcohol con mariguana y algunos usos del fuego. Me inculcó la fe en que hay algo que no comprendemos y que no necesariamente se encuentra en una iglesia hecha de piedra. Esta en los árboles, en las plantas, en los animales y en nosotros. Hay algo que algunos llaman magia y hay algo que otros llaman Karma. Ella solo decía que era Dios. Ella era una bruja blanca y me hizo aprendiz.

Mi abuela murió en diciembre hace 21 años.
Y hoy yo prefiero recordar como vivió a como falleció.

domingo, 9 de julio de 2017

Laura, capítulo 4: ¿Quién es Kurt Cobain?

Domingo 8 de la mañana. Enrique había pasado toda la semana pensando en que le podría decir a la chica de cabello negro. A donde podría ir con ella y que podría invitarle a comer.

Y no tenía la mas mínima idea.

Se encontraba en el internado y este estaba prácticamente vacío. Los demás estudiantes, en días francos de fin de semana visitaban a sus familiares o conocidos. Sin embargo había quienes no contaban con familia en la ciudad o simplemente preferían salir a buscar diversión nocturna los sábados y les era mas sencillo regresar a la escuela en la madrugada.

Domingo 10:00 de la mañana y Enrique tenía lista su ropa para la cita. Tenía suficiente dinero, del que se es da como subsidio a estos chicos cada fin de semana por parte del gobierno y algo que sus padres le enviaban cada mes para gastos.

Domingo 11:30 y el iba en el metro. Vestía de mezclilla y camisa a cuadros azules chicos, mocasines y muchos nervios. Era la primera vez que salía con una chica y no sabia que hacer, no sabía si saludarla de beso o de mano o si necesitaba llevar flores o si iba muy formal o muy informal. Para cuando salió de la estación su corazón latía tan fuerte, respiraba muy aprisa y estaba tan nervioso que pensó en irse pero siguió caminando en línea recta por inercia.

12.00 en punto. Se acerca al lugar. Traga saliva y aprieta los dientes. El sol lucía hermoso, no había nubes, era una mañana calurosa. No la vió. No la reconoció. Se recargó en la base de concreto del hasta bandera en donde había varios muchachos, igualmente esperando pensó el. 12:05, no la vió. 

En fin, tenía hambre y lo mejor era buscar un lugar donde comer y un lugar con videojuegos. Respiró tranquilo con un dejo de tristeza pero a a vez aliviado de librarse de una situación que no sabría como llevar. Después de todo el era el hombre y sobre su condición de varón recaía la obligación de proveer a la chica en cuestión de bienestar y confort. Bueno, a buscar que hacer el resto de la tarde.

-Qué...¿no me vas a hablar?-  era esa voz...de mujer...pero fuerte y profunda...y con esa terminación casi en risa. 

Era ella. Volteó y estaba ahí, sentada al lado de esos chicos que esperaban, se levantó y se acercó a Enrique. Eran esos ojos negros, ese cabello rizado y tan negro. Jeans ajustados y rasgados en las piernas. Botas negras debajo de las rodillas, una playera oscura con la leyenda "Nirvana". Todo resaltando su piel blanca y pálida y su sonrisa, grande. 

En primera instancia, Enrique se quedó pasmado. La linda y delicada chica vestida de blanco y discreta obviamente no había ido y mandó a su gemela malvada.

-¡Hola! buenas tardes- y el extendió la mano. Laura sonrió, vio su mano extendida, subió la mirada a sus ojos; volvió a mirar la mano, sonrió ante tal muestra de pulcritud no esperada y la estrechó, apretó fuerte y contestó:

-¡Buenas tardes caballero!- Ella cambió la mano derecha por la izquierda para seguir tomando su mano y lo jaló señalando una dirección. -Ven vamos a la Alameda-

-Si claro- casi susurró el, su corazón latía aceleradamente y comenzaba a sudar. "¡¿Y ahora que hago!?" era lo único que el podía pensar.

-Oye Richar te gusta mi playera ¿verdad?- dijo Laura al darse cuenta de la tensión de él.

-Pues está bonita- contestó Enrique tragando saliva y sintiendo que la palma de su mano sudaba incontrolablemente.

-¿bonita? jajaja eres bien tierno- y Laura soltó una carcajada.

El se la queda viendo extrañado, pero al final sonríe. Sus manos ya estan sudorosas pero no se sueltan, y van caminando.

-tengo una guitarra Richy y estoy practicando sus rolitas,¿te gusta Kurt Cobain?- Lura muy orgullosa de si misma.

-¿quién es "Curcobein"?- soltó inocentemente Enrique.

Ella para de caminar, lo observa, como a un un niño pequeño, estudió su rostro, sus ojos y su ropa. Finalmente sonrió, soltó su mano y pasó su brazo encima de sus hombros.

-Richy, hay muchas cosas que vas a aprender de mi...-

Laura, capítulo 3: Tacubaya

Enrique, a pesar de ser un alumno de excelente rendimiento académico, tenía problemas para acoplarse a la vida castrense. 

Al elegir la carrera que quería tomar se inclinó por los servicios de sanidad y en concreto enfermería. 

Fueron unos primeros meses muy difíciles ya que la férrea disciplina y el extenuante esfuerzo físico hacían que difícilmente se concentrara en los estudios. 

Sus clases en el primer semestre eran las oficiales del sistema educativo para el bachillerato y aparte se incluían materias de la especialidad, como "Fundamentos de Enfermería" y "Principios de Anatomía". Sería hasta el segundo semestre cuando saldrían a prácticas hospitalarias a hospitales civiles y esto era un aliciente para los jóvenes, ya que así no estarían todos los días dentro de la escuela y así esperar una semana entera para tener contacto con el mundo exterior.

Cabe hacer mención, que dentro de la escuela estaban prohibidos toda clase de aparatos que sirvieran como distractores, aunque esto no implicaba que se introdujeran de manera ilícita algunos walkman.

Llegó el segundo semestre y la emoción de usar sus uniformes blancos y mas que nada poder salir entre semana en los autobuses escolares.

Fue un lunes por la mañana de mayo de 1994 cuando Enrique y su grupo salieron al hospital Pediátrico de Tacubaya. Nerviosos, sonrientes y ansiosos.

Laura se encontraba en ese hospital con sus compañeras de escuela haciendo sus prácticas. 

Cuando los chicos llegaron, su oficial al mando los distribuyó en las diferentes salas y les dió indicaciones. Enrique y otros dos compañeros ingresaron en una de las salas de cuidados intermedios para niños con quemaduras. Esto fue algo que impresionó muchísimo a Enrique pues de inmediato pensó en sus hermanos pequeños. Así que recibieron indicaciones de las enfermeras en turno y se dedicaron a dar cuidados e los niños. Era un lugar amplio, así que eran bastantes niños a los cuales atender y poco personal para hacerlo y precisamente ahí se encontraban Laura y sus compañeras. Enrique se acercó por un carrito metálico donde había material de curación y observó a la chica mas alta de todas. Ella lo observó, sonrió disimuladamente y regresó a lo que hacía.

Ella colocaba un suero a uno de los niños encamados pero este se le resbaló de las manos, Enrique se acercó y lo levantó:

- "¿te ayudo?"-

,ella apenada dijo "si". El tomo la mano del paciente, ubicó la vena en la muñeca e introdujo la aguja 

-"ponle cinta"- y ella terminó de hacer el trabajo.

 -"gracias"-dijo la chica. El solo sonrió y se dirigió a donde estaban sus demás compañeros recibiendo instrucciones. Terminó la mañana y cada quien se dedicaba a hacer las tareas correspondientes. Terminó el turno y los chicos se fueron y la chicas se quedaban un rato más. 

Durante la siguiente semana se daba una rutina similar, se buscaban con la mirada, se sonreían y eventualmente cruzaban algún saludo. El viernes, las encargadas de la sala los dejaron juntos al cuidado de un paciente y ella le dijo: 

-"por cierto ¿y como te llamas?"- el se puso nervioso,tragó saliva y tartamudeando susurró:

 -"E-Enrique...¿y tu?". Ella extendió la mano y sonriendo le dijo:

 -"Laura,¡mucho gusto!". 

Silencio...solo se quedaron viendo.

Ella comezó a reir desde la nariz y el le preguntó -"¿de que te ries?" Y ella contestó:

 -"Es que hemos trabajado juntos esta semana y no sabía tu nombre. Y bien, ¿te vuelvo a ver el lunes?"-

-"mmm pues... la semana que viene cambiamos de hospital"-

-"bueeeno,me hubiera gustado platicar contigo, pero eres bien tímido ¿verdad?"-

-"noo como crees, es más te invito a salir el domingo,ese día lo tenemos libre"- dijo Enrique sin pensar, en un arranque de valentía hasta ahora desconocida para él.

-"¿de veras? ok me parece, te veo...te veo...dónde sera bueno ¡en el Zócalo! a las doce."-

-"si muy bien,ahi te veo".

Silencio.

El estaba tomando los signos vitales de un paciente para retirarse, ella tomaba notas de la medicación:

-"oye Richar, (¿te puedo decir Richar verdad? me agrada mas que decirte "Quique") no eres de aqui ¿cierto?"-

El la ve muy extrañado, como si lo estuviera juzgando y receloso contesta:

-"no...¿por qué?"-

-"es que te ves...no se...te ves tierno".

El no supo que contestar. Así que torpemente solo atinó a decir:

-"ya me voy...te veo el domingo"-

-"si,bajo el hasta bandera estaré, para que no te pierdas"- Y el se despidió agitando la mano.

 

Enrique compró una torta, un refresco y subió al transporte que los llevaría de nuevo a la escuela y se sentó hasta al fondo del camión a comer aun pensando en lo que había hecho. No podía creer que una chica tan linda hubiera sido tan amable con el y mucho menos que el hubiera podido invitarla a salir.

Y no tenía idea de que hacer.

-"Órale cabrón ya ligaste ¿no?- le dijo uno de sus compañeros que había visto todo lo sucedido.

-"¿que qué?"- dijo Enrique que aún no salía de sus pensamientos.

-"que menso eres...osea que la invitaste o no se pendejo"-

-"¡ah ah ah siiiii!...¿y ahora que hago?"- le dijo Enrique a su amigo realmente angustiado.

-"pues invítala al cine o a comer o no se"-

-"si verdad...bueno, a ver que pasa".

Y esas palabras se quedaron en su cabeza mucho tiempo... 

"a ver que pasa".

Laura, capítulo 2: Laura

Eitan Heskel era un inmigrante judío-alemán que llegó a México en el año de 1949 a la edad de 8 años. Un chico delgado y de nariz afilada; de cabello y ojos negros y tez blanca.

 El recuerdo mas temprano de su niñez es en los fríos campos de Alemania al lado de sus padres. El siguiente recuerdo es de el siendo subido a un barco que atravesaría en océano rumbo al nuevo mundo. 

Eitan recuerda que de entre toda esa gente con la que llegó nunca pudo encontrar a sus padres y sus compatriotas lo llevaron y alimentaron durante días hasta llegar a una sinagoga en la Ciudad de México; sin embargo el curioso chico salió a recorrer las calles de ese oscuro y a la vez cálido sitio. Era un lugar bello y lleno de alegría. Pero un lugar muy fácil para perderse y el niño, que solo sabia hablar alemán, se extravió en esa ciudad.

Eitan vagó por las calles hasta que un sacerdote católico le dió asilo en su parroquia por el rumbo de Peralvillo. El padre Ismael lo alimentó y cuidó por algún tiempo y poco a poco el chico fué comprendiendo el nuevo idioma. Pasaron los meses y el recuerdo de su herencia judía se iba opacando con la ominosidad de la iglesia católica.

Cuando el chico cumplió quince años, en 1956, tuvo curiosidad por conocer sus orígenes. Acompañado de Papá Mael (así le llamaba al sacerdote que lo cuidó) llegaron a la sinagoga de la calle Justo Sierra. El chico visitó el sitio varias semanas seguidas y aprendió mucho acerca de su religión de origen, pero tenía una sensación de tristeza pues Papá Mael le había mostrado la compasión y el amor a prójimo. 

¿Cuál era la religión verdadera?

Eitan se dió cuenta que la religión verdadera era ayudar a los demás. Sin importar a quién o como luzca. Ayudar era estar cerca de Dios. Lo demás eran meros trámites.

Eitan se casó con una chica de la comunidad católica, llamada Concepción y tuvieron solo una hija: Ana, quien nació en 1961. Eitan tenía 20 años.

Eitan vivía en una sencilla casa en el centro de la ciudad, la cual les fué dejada por los padres de Conchita con un negocio de abarrotes, el cual les dejaba excelentes ganancias. Su hija, Ana, conoció a un chico llamado Edgar, estudiante de medicina que quedó enamorado de ese cabello negro, piel blanca y ojos oscuros herencia de su padre. Y en el año de 1976 nació Laura.

Y pasaron 17 años.

Laura tenia el cabello negro, intensamente negro y rizado el cual hacía que resaltara mas su pálida piel. Una chica que medía alrededor de 1.70 a la edad de 17 años.

Sus ojos eran negros, muy negros. Tenía las cejas gruesas y bien definidas. Sus labios delgados, sus manos largas y huesudas. De nariz afilada.

Ella de igual modo había heredado las características de sus ancestros europeos. Cuando sonreía abría la boca dejando sus dientes blancos con braquets a la vista y unos hoyuelos se formaban en sus blancas mejillas. Orejas chiquitas y una manía enfermiza de tocarse la punta de la nariz con el índice derecho, como si hiciera la señal no. Ella estudiaba enfermería en una escuela de Monjitas motivada por su padre y estaba por terminar el cuarto semestre. 

Laura era la tercer hija,sus otros dos hermanos menores Carlos de 16 y Eduardo de 15. El señor Edgar había logrado tener un trabajo estable en una clínica del Seguro Social y vivían cómodamente. Pero siempre con los ideales que el abuelo Eitan les inculcó desde pequeños: el amor al prójimo y el respeto a todas las personas no importando su color de piel o condición social. Una familia muy común y sin nada extraordinario. Pero muy unidos y felices.

Ella tenía 17 años. Era 1993.

Laura, capítulo 1: Enrique

¿Cuándo comenzó la historia?

La de ella en el momento en que supo que el era el indicado.

La de el un poco antes.

Enrique nació en Guadalajara. Pero sus recuerdos más tempranos no son de esa ciudad ya que su familia cambiaba de residencia cada dos o tres años, estando en el Distrito Federal y en Guadalajara. Fue hasta tener ocho de edad cuando su familia se asentó definitivamente en Oaxaca la ciudad de la que originalmente provenía su familia, en una zona semi urbana muy cercana al campo. Su padre nunca pudo permanecer mucho tiempo en un trabajo y sus problemas de alcoholismo difícilmente lograban mantener una atmósfera sana en su famiia.  

Por ese hecho su infancia fué muy solitaria,nunca estando el suficiente tiempo en un solo lugar para hacer amigos;más aún que su hermano Dany murió siendo un bebé, cuando Enrique tenia 3 años de edad dejando en el niño una sensación de pesadumbre,soledad.

Tuvo mas hermanos aunque esa sensación de vacío siempre vivió en el provocándole pesadillas recurrentes. Esa actitud huraña hizo que se refugiara en la lectura a muy temprana edad siendo "Tom Sawyer" el primer libro que leyó teniendo ocho años y "Peer Gynt" el segundo, una lectura muy poco común para un pequeño.

Se refugiaba en la television. Todas las tardes se sentaba frente a esta y pasaba horas viendo caricaturas y series estadounidenses asi como algunos programas de contenido musical. Esto hasta que llegaba su padre, habitualmente ebrio y violento.

Enrique se destacó por ser un estudiante ejemplar. Muy listo y con una capacidad sorprendente de retención aunque tímido y miedoso. Realmente nada extraordinario considerando su situación familiar. Un chico común y solitario como cualquier otro. Y así se mantuvo hasta casi terminar a secundaria.

La relación que tuvo con su padre fué muy tensa incluso llegando a la violencia física y psicológica. Guardaba un respeto por el pero también le provocaba una enorme tristeza. Después de el tuvo otros tres hermanos: Arturo, Lucía y Guadalupe. Pequeños a quienes adoraba y se desvivía por atender.

Al término de su educación secundaria, la sencilla condición de su familia le hizo poner en duda la continuidad de sus estudios. Pero fué su mismo padre quien le dió una excelente idea: ingresar a una Escuela Militar.

Siendo un alumno de excelente aprovechamiento no tuvo problemas para pasar el exámen de conocimientos. Tenía una excelente condición física y el exámen medico y el de resistencia los ejecutó sin problemas. Se esforzó pues en su mente había una idea que hasta unos meses antes no había siquiera puesto en consideración: Huir de casa.

Los exámenes se hicieron y el día de los resultados llegó. Primer lugar. Enrique estaba dentro.

Ese día llegó a casa y la felicidad de el era enorme, sus padres estaban tan orgullosos de el. Lo único que le dolía era el tener que alejarse de sus hermanos pequeños.

La escuela se ubicaba en el Distrito Federal, así que se iría por tres años. Tenía unos tíos a los cuales ya les habían avisado que le dieran alojamiento los fines de semana pues su ingreso era a partir del domingo a ls 8:00 pm y permanecía hasta el sábado 13:30.

Y llegó el día en que Enrique dejó su casa. Tenía miedo pero estaba decidido. Le dió un beso a su madre y abrazó a su padre. Acarició el cabello de sus hermanitos y los abrazó con mucha ternura.

Su tío lo llevaría en el viaje. Respiró hondo y salió cuando el sol se ponía. El campo se sentía fresco y húmedo. Y esa imagen se llevó en su mente.

Estaba emocionado. Y no tenia idea de lo que iría a pasar.

El tenía 15 años entonces. Era 1993

miércoles, 22 de febrero de 2017

Día de Reyes

Día de Reyes.

Tenía, si mal no recuerdo, 6 años y estaba de visita en casa de la abuela. Fue un evento especial pues rara vez se juntaban todos los tíos. Estábamos nosotros, el tío Jorge que llegó de Estados Unidos, la tía Gila, el tío Carlos y sus demonios, la tía Eva con Boris y Mariano, la tía Ruth y su bebé. Era 6 de enero y la familia aun tenía la resaca de fin de año.

Estaba lejos de casa y eso implicaba que tal vez los reyes magos no sabían donde andaba yo.

¿Y si no me dejaban nada al no ver mi carta?
¿Y si me dejaban algo que no quisiera?
La angustia era mucha.
Era la angustia y la fe de un niño.
-Mamá ¿si van a venir? -
-Yo creo que si, recuerda que son magos, ellos pueden todo-
-Pero estamos bien lejos -
Y así mi madre trataba de convencerme de la omnipresencia de los Reyes Magos. Algo casi inútil.

Dormí arrullado por miles de grillos y el concierto de cientos de ranas. Una noche de esas con un chingo de estrellas, una noche limpia y luna redonda. Todo sobre cerros azules y gorditos.
De esos eneros cuando de verdad hacia frío.
Abrí los ojos muy despacito, reconociendo el lugar. Los gallos cantaban y las gallinas su ruidito.

Aún estaba en casa de la abuela.
Mi hermana ya se había levantado y al parecer yo fui el último en dejar la cama. Salí mientras mis ojos se acostumbraban al la luz del sol. Mañana fría y los tíos estaban ya en el patio desayunando en una gran mesa. Pero no había niños.

Mi madre me dio un abrazo y me tomó de la mano, me llevó al patio trasero y me dijo “mira que te trajeron”.
Y ahí, en un rincón, estaba una bella bicicleta negra con amarillo, mi primer bicicleta. Pero no era todo; arriba de ella estaba un casco de futbol americano, también negro con amarillo y un balón blanco con un dibujo similar al del casco. Y dentro del casco un jersey del equipo.
-Es de los Acereros, el mejor equipo del mundo- dijo mi tío Jorge, a quien no había visto.

Me subí a la bici y estuve un rato en ella, pero mis primos grandes me pidieron jugar con el balón y lo hicimos hasta casi el mediodía.
Mi regalo era el mejor de todos pues todos jugamos con el.
Fue increíble.

Guardé ese balón y el casco hasta la preparatoria cuando una de mis primas se casó y tuvo a su primer hijo.

Limpié el balón y el casco y le dije al pequeño un día que fue a mi casa “es de los Acereros, el mejor equipo del mundo”. El pequeño se puso tan feliz que me recordó a mi mismo.

Y de ahí vienen dos eventos importantes: el mejor regalo de reyes y mi pasión por los Steelers.

Feliz día de Reyes.